La penúltima etapa de mi viaje a Vietnam fue la ciudad de Ho Chi Minh. Me sorprendió porque me pareció una ciudad cosmopolita, de hecho es la ciudad más grande de Vietnam con un centro muy bien explotado con hoteles y centros comerciales de un nivel más bien elevado.
Aparte de este centro y a solo que te desplaces un poco, todo cambia y como en todo Vietnam la vida transcurre de puertas a fuera.
La vida se comparte. Las calles están llenas de gente, de bochorno, de motos, de vendedoras con esos sombreros tan característicos. Uno se acostumbra rápido a ese ritmo de vida. Ley de supervivencia. Para un extranjero, una sonrisa facilita mucho las cosas. Vietnam gusta. Caminar por sus calles es divertido, así como cruzar las avenidas con cientos de motos que te vienen de todas partes. Sin darte cuenta todo empieza a formar parte de nuestra cotidianidad. Ho Chi Minh en todos los aspectos es una ciudad inmensa, pero también tiene su revés y se llama Saigón.
Saigón fue el antiguo nombre de la capital de Vietnam de sur. La guerra de los Estados Unidos contra el Vietcong y su fanatismo anti-comunismo lo destruyó todo. Quizás por haber ganado la guerra, como homenaje y con la posterior unificación de Vietnam, los vietnamitas decidieron cambiar el nombre y pasar de Saigón a Ho Chi Minh, líder revolucionario y padre de la nación vietnamita. Hoy Saigón nada tiene que ver con lo que fue una vez, esta reconstruido pero siento que la guerra se sigue palpando. Museos, banderas comunistas por doquier, imágenes de Ho Chi Minh en todos los murales y mutilados que piden monedas en las esquinas.
Si. Siento que la guerra está ahí, silba bajito y pasa de hurtadillas. No podría ser de otra manera. Las guerras cambian a las personas, a las familias y a las sociedades. El ajetreo cotidiano de las ciudades se desvanece para dar lugar al sufrimiento. Niños/as que se convierten en soldados, premios a quien “exterminó” más yanquis y fotos de jóvenes deformados por el agente naranja, el fatídico gas que flotó sobre Vietnam y que hoy, casi 40 años después sigue estando ahí, deformando las nuevas vidas que nacen en Vietnam.
Llama la atención la cantidad de mujeres que ves trabajando en las calles. Arreglan jardines y parterres, venden frutas, jugo o pan, asfaltan carreteras, reparan ropa, manejan una moto, compran y venden lo que haga falta en el mercado. Los hombres casi no se ven. La guerra redistribuyó la sociedad.. Los hombres luchaban y las mujeres “hacían”. Hoy las mujeres son las principales protagonistas en Vietnam, la guerra les cedió ese lugar.
Visitas el museo de la guerra, te lamentas y te marchas más o menos sensibilizado de la sinrazón humana, pero el viaje sigue y hay que seguir visitando la mayor cantidad de sitios posibles. Pocos se paran en una esquina para ver que la guerra aún está ahí, que silba bajito y pasa caminando. Otros aun la siguen llamando Saigón.