He vuelto de hacer un phototrekking por el Valle de Aran y aparte de fotografiar este paisaje tan salvaje del valle, lleno de color de otoño, también hay historias que te llegan al corazón.
Mas de alguna vez habéis visto fotografías mías de cementerios, creo que la última la tenéis en mi post de Draculin por Pontevedra, y es que como decía el gran escritor Josep Pla, nunca podras decir que has estado en un pueblo si no tomas un café en la plaza, visitas su iglesia mayor y entras en su cementerio. Por lo tanto he visto algunos, pero nunca había visto uno solo hecho para una sola persona y esta en Bausén.
Veréis, esta es la historia de Teresa, la solitaria moradora del cementerio más pequeño de España. Construido mas o menos hace cien años en los bosques de Bausén, un típico y hermoso pueblo de postal del valle de Aran, de esos pueblos enganchados a la faldas de sus cimas que luchan por sobrevivir y no caerse ladera abajo…
El cementerio de Teresa como lo llaman sus paisanos, no está señalizado y se llega por un camino bajo un tupido robledal, no muy lejos del casco histórico de esta villa y se accede a través de una cancela de hierro abrazada por un recio muro de piedra. Y allí yace Teresa sola frente a la eternidad. Es la única difunta con cementerio propio. Lo construyeron sus vecinos expresamente para ella la misma noche que murió, en un noble ejercicio de solidaridad y cariño. Un gesto que encierra, además, una historia de amor.
La historia arranca a principios del siglo XX cuando una joven Teresa se enamora de su primo Sisco. Enamorados deciden casarse por la Iglesia tal como mandaban los rigurosos cánones de la época. El problema surgía de su grado de parentesco que exigía una dispensa canónica que costaba un dinero que los jóvenes no tenían dado su origen humilde. A duras penas sacaban para sobrevivir trabajando la tierra. No obstante enamorados , fundaron un hogar juntos. El párroco de Bausén, viendo lo que veía los tildó de pecadores, pero no los vecinos que les trataron como a cualquier otro matrimonio, sin miradas inquisidoras, ni chismorreos a sus espaldas. La vida en pareja les trajo dos hijos y, aunque con apreturas, vivieron felices.
Pero Teresa a causa de una neumonía muere un 10 de mayo de 1916. No llegó a cumplir los 34 años. El párroco se negó a su entierro en el cementerio del pueblo, contiguo a la iglesia. No quería profanar tierra santa con el cuerpo de «una pecadora». Lo que no quería Sisco era que a falta de recintos civiles en los cementerios, era enterrar a Teresa en un simple agujero en mitad del monte como así pasaba con las madres solteras, suicidas, prostitutas…era el triste destino de los muertos ‘en pecado’.
Esa misma noche los vecinos se conjuraron para dar a Teresa la dignidad de su última morada y piedra sobre piedra levantaron en un claro del bosque, no muy lejos de la aldea pero lo suficientemente apartado como para pasar desapercibido, un pequeño cementerio, con su rocoso cercado, su puerta enrejada y su árbol dando sombra a una lápida en la que aún se puede leer la dedicatoria de su marido y otra de sus hijos donde sencillamente dice “A nuestra querida madre”.
Sisco y los niños huyeron a Francia y allí se quedaron exiliados por la Guerra Civil y allí viven hoy sus descendientes y de vez en cuando los bisnietos se dejan caer por Bausén ya que aun mantienen la casa familiar.
Aunque el curioso paraje es conocido en el Valle de Arán, éste sigue conservando cierto halo de misterio, una especie de energía telúrica que atrae a todo excursionista que pasa por Bausén y que acaba desviándose unos minutos del camino para acercarse a ver la tumba.
Hay que sacarse el sombrero para ver como aquella unión de un pueblo hermanado evitó semejante tropelía. Yo me sentiría orgulloso de tener unos vecinos que en una noche de mayo de hace casi un siglo «se arremangaron» para estar a muerte con Teresa y dar a la buena mujer no ya un entierro digno, sino el mejor de los entierros.
La de Teresa será eternamente la tumba más solitaria del cementerio, pero en los bosques del Pirineo ningún espíritu estará más acompañado y donde nunca faltaran flores frescas sobre la lápida de Teresa. En su concurrida soledad, el alma de Bausén descansa en paz.