Kirguistan, conviviendo con los nomadas…

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Convivir con el pueblo nómada de Kirguistán es iniciar la ruta hacia el sur del país y una de las opciones en visitar el lago Song Kul, lago de montaña de la provincia de Naryn, en el centro del país. Es el segundo más grande de Kirguistán, después del Issyk Kul. Rodeado de altos picos y de acceso bastante complicado y limitado solo a los meses de verano ya que la nieve ya hace acto de presencia a primeros de septiembre. El viaje es largo y tortuoso, pero no exento de belleza y de emociones. La carretera no va, la carretera escala montañas…

Kirguistan-217Llegar al lago Song Kul es descubrir de repente uno de los parajes más bellos de Kirguistán. Arriba, el paisaje compensa todo el esfuerzo del viaje. Las praderas se decoran con los picos de las montañas que rodean el lago, pero no alteran la sensación de inmensidad que me transmite a mis ojos de visitante. A lo lejos, detrás de unas alfombras de flores donde pastan unos caballos salvajes, se vislumbran las aguas turquesas del lago Song kul y su cintura de picos nevados. En sus orillas, a 3.300 metros de altura, a primeros de verano ya suben los pastores y, a pesar del frío, instalan sus yurtas para aprovechar los fértiles pastos de la zona. Los prados están repletos de flores de nieve, como si fueran margaritas blancas. Las manadas de caballos, vacas y ovejas puntean el verde en las cuatro direcciones mientras nubes grises amenazan con refrescarte conforme avanza la tarde. Las distancias son difíciles de calcular por la falta de referencias.

Kirguistan-268Dormir en un campamento de yurtas permite aprender bastante respecto de la vida diaria de los kirguises. Alrededor de estas yurtas se comparte la rutina de las familias viéndolos elaborar sus alimentos, pastorear sus caballos y sus vacas, entretenerse con las cosas más simples del universo, allí no hay electricidad ni cobertura telefónica y se fascinan ante cualquier fotografía de un lugar lejano que les muestres. Aquello es vivir en un mundo perteneciente a una época remota.

Significa soportar un frío casi permanente, dormir encima de un colchón en el suelo o encima de una hamaca, aunque las yurtas están decoradas con mimo y ver cómo es el día a día de estas gentes. La vida no es fácil a estas alturas. El único combustible son los excrementos secos de los animales. Cuando la noche cae la única luz es la de las estrellas. Por suerte un armario a prueba de moscas puede hacer de nevera sin la necesidad de electricidad y mantener unos trozos de carne y pescado ahumado que aporten proteínas a la dieta. Un modo de vida que no ha cambiado en cientos de años y que todavía hoy se puede disfrutar. Las mujeres cuidan del campamento, ordeñan los rebaños para después extraer todos sus productos: leche, quesos, mantequillas…  El fuego, alimentado con estiércol animal recién recogido, calienta el metal sobre el que se extiende la masa de pan hasta quedar tostada. Tras ver esta elaboración con tus propios ojos, todo alimento te sabe mejor que cualquier cosa que hayas probado antes. Los críos se cuidan entre si y los hombres, siempre a lomos de sus caballos cuidan de los rebaños en su pastoreo por las grandes estepas.

Allí tienes tiempo para reflexionar sobre el mundo vertiginoso de donde procedes y la lentitud de la naturaleza y la vida sencilla te dominarán por completo. Paseando alrededor de la orilla del lago, encontrándote decenas de caballos pastando libres, saludando bueyes de amenazante cornamenta pastando a pocos metros de ti, o disfrutando del lento anochecer reflejado en las aguas inmóviles. Allí siempre tendrás la cálida hospitalidad heredada de los nómadas kirguís.

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