

Dentro de unos días ya tendremos la castañada encima pero cada vez mas nos encontramos con la influencia anglosajona de cambiar el sentido de la misma transformándose en la fiesta de Halloween, una fiesta que busca la diversión en las historias de humor negro y macabro, si bien su origen es celta y eso explicaría un poco las historias de meigas y de la Santa Compaña, genuinas de tierras gallegas.
Aprovechando la ocasión, hoy os cuento una historia de cuando en la Barcelona medieval el call judío estaba en su máximo esplendor.
Se sabe de la existencia de un rabino que vivía en el nº 1 de la calle Marlet. Este rabino era muy respetado por la comunidad judía y también era médico y sus remedios y pociones eran muy conocidas y requeridas por todos, pero también tenía su lado oscuro y es que se vendía al mejor postor, aunque la petición no fuese, digamos, que muy legal.
Un día llegó hasta él, un cristiano, pues ellos también requerían habitualmente de sus servicios. Este era un amante despechado, que tras intentar una y otra vez los favores de una hermosa mujer, ésta le había despreciado y humillado y quería venganza por lo que le requería una poción o algo con lo que vengarse de ella y provocar su muerte sin que nadie sospechara de él.
El rabino le dijo que volviera en unos días que le tendría preparado algo, y así fue hasta tal punto, que incluso estaba orgulloso de ello. Había conseguido una poción que rociada en una flor, ésta pasara desapercibida pero que al acercarse y oler la misma, la persona moría fulminada.
Llegado el momento, el rabino le entregó la poción al cristiano y en compensación recibió un generoso pago por ello.
El rabino, tenía una hija muy hermosa, tan hermosa que era envidada hasta por las cristianas mas devotas, y ni que decir tiene que no le faltaban pretendientes y constantemente recibía obsequios y flores.
Pero la casualidad hizo que fuese ella precisamente la mujer que había despreciado al cristiano, ignorando el rabino que el veneno iría dirigido contra su preciosa hija. Esta a los pocos días recibió flores como regalo y cayó muerta al instante, al oler su fragancia.
El rabino supo enseguida que el mismo había matado a su hija, se volvió loco y deambulaba por la casa lamentándose hasta que murió. En cambio la casa siguió habitada por su hija, un alma que de vez en cuando decían que se asomaba a la ventana y a la que muchos aseguraban habían vuelto a ver, a pesar de que hacía años que había muerto. La casa permaneció cerrada y abandonada, pues nadie quiso ocuparla nunca más.