Miguel Hernández decía que el Ebro “iba a la mar siempre desnudo y cantando”. A su paso por Catalunya se va quitando ropajes, que tienen forma de tapiz de fértiles huertas, de un episodio trágico en nuestro pasado reciente, de fiestas tradicionales y de buena gastronomía, para no irse nunca del todo, dejando su huella al formar un gran humedal.
Cuando programe este viaje por tierras del Ebro, lo basé en uno de los itinerarios culturales más interesantes que se pueden seguir por estas tierras. Un itinerario cargado de historia, por el peso de la batalla más importante librada en la Guerra Civil. 115 días que marcaron con sangre y fuego la historia reciente.
Empecé en Corbera d’Ebre para pasear por las calles, por lo que quedaba de ellas, del Poble Vell. Apenas unos ladrillos en pie, los suficientes para mostrar que un día fueron casas. El pueblo fue devastado por la artillería y la aviación franquistas. Resalta sobre los restos de edificaciones la iglesia de Sant Pere, el edificio más reconocible de los que se tambalean allí. Se cree que Hemingway, en su obra “Por quién doblan las campanas”, se inspiró en Robert Merriman para crear a Robert Jordan, el protagonista de su libro. Merriman fue el norteamericano de mayor graduación militar, era comandante, de los que formaron parte de las Brigadas Internacionales, un economista formado en Berkeley que cambió una vida cómoda para luchar por unos ideales. Batalló junto a otros muchos jóvenes, formando una quinta del biberón que acabó de manera trágica, en el caso de Merriman muriendo entre viñedos en Gandesa.
Haciendo la ruta entre los escenarios de la Batalla del Ebro no puedo evitar sentir un escalofrío al caminar entre trincheras, entrar en refugios y alcanzar la cota 705 en la sierra de Pàndols, un lugar con unas vistas impresionantes y desde donde los republicanos intentaron detener el avance de las tropas franquistas.
Es paradójico, que entre aquellos viñedos que vieron caer a tantos jóvenes, fusil en mano y que fueron regados por toda la sangre derramada, crece hoy la garnacha que se ha convertido en el sello de identidad de los vinos de Terra Alta.