Lo siento. Tengo que confesar que tengo una especial predilección por los desiertos. Para mí siempre me han hecho sentir una atracción magnética por ellos. Recuerdo que eran y son esas manchas blancas que aparecen en los mapas cartográficos. Ahora que he conocido parte de este mundo a través de mis viajes, los pocos desiertos que he conocido aun me siguen produciendo la misma excitación que cuando los veían en el mapa.
Y no me refiero solo a los de arena. Cuando estuve en Islandia también pude ver que hay desiertos blancos. De hecho, lo que me fascina son los grandes espacios abiertos, los lugares deshabitados, donde mires por donde mires ves que no hay ni principio ni fin, solo tu, una línea de horizonte y nada mas.
Y creo al fin entender el por qué: cuando viajas por estos lugares y sin necesidad de buscarlo te mimetizas con la sencillez del entorno. Igual que le pasó a Buda, también te liberas del falso yo y ves que no necesitas el dinero, que no necesitas estar consumiendo todo el día por que no hay nada que consumir, que pese a no hacer tres comidas copiosas al día tu cuerpo funciona a la perfección, que un montón de cosas que antes hervían en tu cabeza han desaparecido y de repente tu mente vuela libre por esos espacios sin frontera. Es la limpieza de espíritu siempre soñada y deseada, la que buscan todas las religiones y corrientes de pensamiento.
Que os puedo decir de los desiertos que mis pies han pisado. Pues que son lugares que sin duda os recomiendo por si estáis pensado dónde planificar las próximas vacaciones.

En primer lugar, el desierto del Sahara. El desierto de los desiertos. Ocupa toda la franja norte del continente africano. Es el desierto cálido más grande del mundo. Con variedad de paisajes. Desde las grandes dunas a los territorios esteparios y de sábana. Un lugar de fácil acceso, solo tienes que cruzar el estrecho, atravesar Marruecos y zas, ya lo tienes delante, aunque a decir verdad las dos veces que yo he estado ha sido a través de Túnez. Dicen que solo cuando has pasado una noche bajo un techo de estrellas, que cual diamantes tintinean en la negritud del desierto, como yo pase en el oasis de Ksar el Guilane, hayas oído el silencio mas desnudo y solo cuando has visto salir el sol desde lo alto de una duna envuelto en un silencio que te limpia el alma, solo entonces puedes decir que has conocido el desierto.

El segundo, y para mi el mas bello, es el desierto de Wadi Rum en Jordania. Un escenario irreal con montañas de formas increíbles. Cuando estas en medio del mismo y miras a tu alrededor, te preguntas cómo pudo la erosión tallar las montañas de esta forma tan maravillosa. Resulta difícil no enamorarse de este gran espacio vacío, con montañas desnudas que parecen rematadas por cúpulas bizantinas. Por esas arenas rojas cabalgó a lomos de su dromedario el verdadero Lawrence de Arabia. Y muchos más tarde cabalgaron los extras de la película homónima, que utilizó el desierto de Wadi Rum como set para recrear el campamento del rey Faisal y la carga de los camellos con Omar Sharif el frente.
El tercer desierto es el de Arabia, en Dubai es el desierto del gran contraste. A sólo unos pocos kilómetros de Dubai ya te das de bruces con las doradas y espectaculares dunas del desierto.

Dubái podríamos decir que es como un gran PortAventura, pero las dunas que están a la vuelta de la esquina son auténticas, no son imitaciones y las tormentas de arena que ciegan los ojos y difumina el horizonte también. Y es que aquí aunque el desierto a veces sea una atracción mas y por mucho que lo envuelvas con glamour siempre acaba imponiendo su ley. El desierto es lo que tiene. Ya quisiera yo ver el día en que se planta en medio de Dubái y les recuerda a los ricos emires que, por muchos rascacielos que levanten, por mucho que recreen un mundo ficticio, en el fondo todo es arena y tan solo arena…

El desierto de Siria. Lo cruce para ir de Damasco hasta Deir Ez Zur, a orillas del Éufrates, pasando por Palmira. Viene a ser una prolongación del desierto de Arabia. Es un paisaje árido y rocoso, de estepas infinitas, compuesto pequeños desiertos y grandes oasis, como el de Ghouta, junto al que ha florecido Damasco, la capital siria. Pero si hablamos de este desierto, tenemos que hablar de Palmira, conocida como ‘la perla del desierto”. El oasis de Palmira alberga, o no se si decir albergaba, las ruinas monumentales de la gran ciudad que fue. Uno de los más importantes focos culturales del mundo antiguo y punto de paso de las caravanas en la Ruta de la seda.

Pero el desierto también puede ser blanco. El glaciar de Vatnajökull en el interior de Islandia es una gran masa de hielo de más de 8.200 kilómetros cuadrados de superficie que cubre gran parte de esta isla con una capa de hasta 1.000m de espesor. La misma sensación de lejanía, paz y soledad que había sentido antes en el Sahara o Wadi Rum, la tuve durante el tiempo que pasé recorriendo el glaciar con una moto nieve con la sensación de estar dentro de un gran plato de merengue, persiguiendo un horizonte esquivo que siempre estaba demasiado lejos. Magia pura.
Y si hoy os hablo de desiertos es porque en la planificación de mi próximo viaje de verano tengo previsto cruzar el desierto de Kizil Kum, recorriendo la parte de la Ruta de la Seda que cruza Uzbekistan y Kirguistan. Vamos, como el que hace el Camino de Santiago por tramos. El desierto de Kizil Kum es uno de los grandes obstáculos que todas las caravanas de la Ruta de la Seda tenían que cruzar si o si… Un término que trae a la mente otros, igual de sugerentes. Exotismo, lejanía, Oriente‐Occidente, ciudades desconocidas, desiertos y collados nevados, caravanserais y mercaderes, mitos y leyendas. Todo eso es parte del Kizil Kum y la Ruta de la Seda.
Que pasada de fotos!