En unos días estaré de nuevo por el Valle de Aran y me ha venido a la cabeza la historia de unos enanos diminutos, como son todos los enanos, claro, que me contaron en una ocasión que estaba visitando algunos pueblos del Pallars. Descubrí en Farrera una pequeña pero hermosa ermita abandonada en un lugar precioso, sobre unos peñascos.
Cuando en la casa donde me hospedaba me interesé por el origen y nombre de esta ermita, me dijeron que era la de Nuestra Señora de la Serra, y que, dicen las gentes del lugar, la hicieron los Minairons en una noche. Minairons, me pregunte? Quedé extrañado y mi curiosidad hizo que me interesase por quienes eran esos Minairons. Rápidamente me explicaron que son seres fantásticos, muy pequeños y muy trabajadores propios de bastantes lugares de los Pirineos y que se extienden desde la zona pirenaica de Cataluña norte-occidental hasta el País Vasco.
Así mismo también me contaron otras historias que hacían referencia a estos personajillos como de algún que otro caballo que habían tomado prestado para cortarles las crines y con sus pelos hacer las cuerdas para sus violines.
Luego he sabido también que ciertas casas de importantes familias del entorno rural de los Pirineos se habían enriquecido mucho, porque se decía que tenían un canutillo con Minairons, ya que estos eran mano de obra rápida para las labores del campo. Cuando un canutillo se abría y los Minairons salían, siempre decían: què farem?, què direm? -«¿qué haremos, qué diremos?»- y siempre respondían a la orden de trabajo. Pero había que ser cuidadoso porque si una vez libres no se les ordenaba algún trabajo inmediatamente, eran crueles y hacían pasar un mal rato a quien los había liberado; pero si les mandaba hacer algo (fuera lo que fuese) lo hacían rápidamente.
Es muy común que estas comarcas pirenaicas comenten que las piedras de muchas tarteras de las montañas las habían formado los Minairons obedeciendo a la orden de su dueño cuando éste, por olvido o por accidente, había abierto el canuto en medio de la montaña. El amo desesperado frente la amenaza de tener éstos seres diminutos que lo rodeaban diciendo: «què farem, què direm?» les ordenaba simplemente reunir todas las piedras de los alrededores en un punto concreto. No era hasta una vez terminado el trabajo, hecho a gran velocidad, que les podía mandar que volviesen a entrar de nuevo dentro del canuto.
Espero que en los próximos días que estaré por el Valle de Aran no me encuentre en medio de la montaña ningún canuto. Pero si algún día os lo encontráis vosotros cuando estéis en alguna ruta por el Pirineo, no tengáis la tentación de abrirlo si no tenéis un trabajo rápido para ellos. Y por favor, que no sea una tartera que ya hay demasiadas.