Para los que hayáis visitado Tánger alguna vez, supongo que os haréis también esta misma pregunta: ¿Es Tánger la más europea de las ciudades africanas o la más africana de las ciudades europeas? Yo soy de la opinión de que la respuesta esta en cada viajero, y es que Tánger no solo hay una. Todo dependerá de nuestros sentidos, de nuestras percepciones y de cuan abiertos estemos a leer de sus calles.
Desde el cielo, la Medina de Tánger se erige sobre una colina agreste, convirtiendo la vista en un embaucador entresijo de construcciones de adobe superpuestas y milimétricamente dispuestas para engrandecer el culmen fortificado de la Kasbah, pero una vez ya estás en Tánger, frente a la puerta que da entrada a la Kasbah, es cuando hay que dejarse vencer por la tentación de penetrar y perderse por ese laberinto.
Empezáis a callejear por el laberinto de Tánger y sin duda caminareis durante un importante lapso temporal con pies de plomo, sopesando las aviesas intenciones de cada una de las imperturbables miradas que os juzgarán, inmisericordes, vuestro deambular sin brújula.
Al poco tiempo os habréis acostumbrado a la severidad de esas miradas que os rodean, incluso comprenderéis que no es de mal tono enfrentarla, mantenerla y comprender que nada ocurre y que nada pasa.
Es entonces que lentamente comenzaréis a relajar el estado de alerta con que iniciasteis el camino. Entonces, guiados únicamente por el azar y la despreocupación, vuestros pies comenzarán a enredarse en el lento remoloneo de callejas y rincones.
Será en ese momento que vuestros cinco sentidos empezaran a percibir las sensaciones de una ciudad llena de vida. Vuestra mirada será sorprendida por la loca explosión y variedad de colores con que los habitantes de la Medina han decidido adecentar las fachadas de sus apelmazadas casas.
Vuestro olfato se verá asediado, sin piedad, por los contradictorios efluvios del pan recién horneado, del agua de rosas, de la basura, el azahar, el curry de un tajine y el pescado podrido.
Vuestros oídos serán aguijoneados por las piadosas florituras vocales de un muecín llamando a la oración, o las bruscas carcajadas de los chiquillos jugando en una plazoleta, o de las sonrientes llamadas de atención de los comerciantes del zoco para que entréis en sus tiendas…
Vuestro tacto percibirá la suavidad de las sedas, de las felpas aterciopeladas de caftanes y chilabas y las texturas de las lanas de bellísimas alfombras.
Finalmente resucitaréis a la vida el sentido del gusto a través de un caliente plato de Harira o un sabroso tajine, para finalizar con la grata dulzura de un té a la menta que os servirá, sobre un oxidado mostrador de aluminio, cualquier vendedor de golosinas de los muchos que invaden los rincones más oscuros y frescos.
Pero os aseguro que, sea cual sea vuestro recorrido por la Medina, hallaréis tan o más gozosas sensaciones y, en cualquier caso, habréis conseguido asomaros, al menos, al auténtico corazón de Tánger.