Justo me iba a dormir para tomar a la mañana siguiente el vuelo, vía Estambul, que me tenía que llevar a Taskent, cuando en el Ipad salto la alarma del golpe de estado en Turquía. La noche fue larga y al final se confirmaron los peores augurios. Los vuelos estaban cancelados. La odisea para conseguir una alternativa fue ardua y larga. Al fin partiría al día siguiente vía San Petersburgo con Aeroflot, que por cierto no es compañía de mi agrado. Miles de kilómetros por delante, mucha paciencia y horas de vuelo para al fin amanecer en Uzbekistán. Y de repente, todo parece haberse hecho más luminoso y feliz. Podía enlazar con el vuelo que me tenía que llevar a Khiva.
En Uzbekistán hay vida en las calles. Hay niños, muchos niños que juegan y van en bicicleta, mercados y bazares, señoras con dentaduras de oro que ríen, hombres que sestean a la sombra, corralitos donde se trapichea el cambio de euros por soms, ruidos, moscas, calles y carreteras sin asfaltar, ciber-cafés, restaurantes populares a la orilla de un lago y una gran amabilidad hacia el extranjero. Al final no sé quien ha hecho más fotografías, si yo a ellos o ellos a mi…
La mayor parte del territorio uzbeko es también un puro desierto, el Kizil Kum, el 11º desierto más grande del mundo. Cuando lo cruzas para ir de Khiva a Bukhara, son ocho largas horas de carretera sin más paisaje que arena y matorral a lado y lado de la carretera. El único verde que tiene el país es el algodón. Uzbekistán tiene una excesiva dependencia de dicho monocultivo, lo que ha provocado el desastre ecológico del Mar de Aral y mucho gas en su subsuelo. Pero los dioses, o quizás el destino, quisieron que quedara dentro de sus fronteras las tres ciudades más gloriosas, bellas y bien conservadas de todo el Asia Central y de la Ruta de la Seda: Bukhara, Khiva y Samarcanda, las tres, Patrimonio de la Humanidad.
Uzbekistán está en el google maps y en la wikipedia, Uzbekistán existe, Uzbekistán bien vale una visita. Os lo recomiendo.