
La ciudad fue otrora un fértil oasis donde confluían para repostar agua caravanas de mercaderes de ricas sedas procedentes de Arabia, la India y la China.
Vi que para entrar a la ciudad era obligado recorrer a pie un alto y angosto desfiladero de más de un kilómetro de longitud, que convertía el lugar en inexpugnable.
Vi al final del desfiladero un hermoso templo esculpido en un acantilado. El templo estaba coronado por una urna de piedra en la que, según la leyenda, un faraón de Egipto había escondido un valioso tesoro.
Vi un sinfín de tumbas, talladas en los montes que circundaban la urbe, y decoradas con maravillosas formas y colores por la erosión de los siglos.
Vi las ruinas de la fabulosa Petra, un tesoro oculto en el desierto de Jordania.